viernes, 27 de noviembre de 2015

De mudanza



Después de unas cuantas mudanzas a mis espaldas uno se hace casi un experto. Eso de llenar cajas, desmontar muebles, transportar, vaciar las cajas y volver a montar los muebles es ya una rutina que controlo y además me gusta. Qué le vamos a hacer, soy raro.

Y si al gusto de desmontar y montar muebles le sumamos el significado, pues he de decir que estoy súper ilusionado. Ir a vivir a una nueva casa contigo, empezar una nueva etapa contigo, me entusiasma.

Siempre se dice “contigo hasta debajo de un puente”, pero si además de contigo es en una casa que nos gusta, pues ya no puedo pedir más. Además, ver la ilusión también en vuestras caras me emociona más todavía. Y es que contigo todos los problemas van desapareciendo, cada día a tu lado es un sueño que va cogiendo forma.

A las buenas personas les pasan cosas buenas, y yo tuve que ser muy bueno en otra vida por todo lo bueno que me está sucediendo.



Te quiero.



miércoles, 18 de noviembre de 2015

La historia de Mía



Mía era una niña nacida en una muy humilde familia. Nunca se quejó por no tener juguetes o vestidos nuevos. Incluso se acostumbró a comer poco. Pero cada noche se convertía en la niña más afortunada del mundo, soñando con ser la reina de las modistas, viendo como sus ropas desfilaban en pasarelas de todo el mundo. 

Cada día, al salir del colegio, se paraba en el escaparate de la sastrería de Monsieur Pierre, donde intentaba absorber todo lo que entraba por sus ojos. Miraba detenidamente los vestidos y trajes expuestos, y se quedaba hipnotizada viendo como el sastre hacía los trajes y su costurera daba forma a los vestidos. El dueño de la sastrería, al verla cada día allí parada, la contrató para hacer recados, lo que ayudó a Mía a poder ver más de cerca el mundo de la costura y aprender mucho más. Con su primer pequeño sueldo compró agujas, hilos de todos los colores y algo de tela. Por las noches le hacía vestidos a la única muñeca que tenía, pensando que era la primera modelo que lucía sus inventos en la gran ciudad de París. 

Un día Mía no apareció por la sastrería y, ante el asombro de Monsieur Pierre de ver que no había venido, se fue en su busca. La niña estaba en cama con mucha fiebre, pero eso no fue lo que dejó de piedra al sastre, lo que le dejó sin palabras fue la colección de vestiditos que tenía colgados en un mueblecito que le había hecho su padre para tenerlos recogidos. Monsieur Pierre estaba asombrado al descubrir que esa niña tenía un don increíble para la costura. Ese día supo que su pequeña repartidora iba a ser una de las grandes en ese mundo. Cada día le enseñaba todo lo que sabía y se llenaba de orgullo viendo como en poco tiempo conseguía hacer trabajos tan increíbles que ni él los podía igualar. Cuando cumplió dieciséis años, le pidió permiso a sus padres para mandarla a París, donde una amiga suya iba a acogerla y terminar de pulir ese don. Por supuesto los padres no podían estar más felices de ver que su hija iba a tener un futuro lejos de la pobreza de su hogar y no dudaron ni un momento.

Hoy en día, Mía se ha convertido en la más codiciada modista de todo el mundo, vistiendo a grandes personalidades y triunfando en todos los desfiles de moda. Los que la conocen de cerca dicen que a veces va acompañada de un ayudante llamado Monsieur Pierre y de sus padres. 

Pero lo que siempre lleva encima es una vieja muñeca a la que usa de maniquí de sus próximos proyectos.




sábado, 14 de noviembre de 2015

No al terror



Es triste ver como hay personas que hacen su propia lectura de su religión y consiguen difundir el terror en todo el mundo. En pleno siglo XXI sigue habiendo matanzas de personas inocentes en nombre de la religión. No hemos aprendido nada durante la historia. Matar llevando por bandera una religión es de gente que no tiene nada sobre los hombros. Supongo que la mayoría de personas en todo el mundo debe estar como yo, con una mezcla de rabia y pena por lo sucedido. Pero no aprendemos, seguimos invadiendo paises e imponiendo nuestras políticas simplemente por conveniencia de los poderosos, sin pensar en las consecuencias que están recayendo en los inocentes. Y si ya es de locos ponerse un chaleco de explosivos y explotarse en nombre de la religión, lo es más asesinar a gente inocente que incluso debe haber protestado contra esa política exterior.
Todo mi apoyo a los que hoy han sido sacudidos por el terrorismo, y mi más rabiosa repulsa a todo terrorista, sea cual sea su procedencia.




Ocho meses



Sí, has leído bien, ocho meses.

Parece que fue ayer cuando nos tomamos ese “último café” y al mismo tiempo parece que llevamos años juntos. Ni en mis mejores sueños imaginé que alguien tan especial como tú se pudiera enamorar de mí. Y sí, es verdad que no son los besos sino quien los da, no es el mensaje sino quien lo envía, no es la canción sino a quien te recuerda. Pero me quedo con los suspiros y los abrazos que demuestran algo que no se pueden explicar ni con esos besos, ni con esos mensajes ni con esas canciones. Y es que a veces un silencio o una mirada dicen más que unas palabras. Te hablo de un sentimiento tan grande que será eterno, un sentimiento que ni en nuestros malos momentos bajará de intensidad. A tu lado soy el caballero capaz de conquistar castillos, batir ejércitos o derrotar imperios. Tú eres mi armadura a la que ninguna flecha puede atravesar, y yo quiero ser tu escudo capaz de detener las llamas de cualquier dragón enfurecido. Poco a poco estamos construyendo nuestra fortaleza, a la que hemos dejado la puerta abierta para todo el que quiera ser partícipe del amor que desprendemos, y cuya bandera no tiene una flor de lis, sino seis, y ondea en la torre más alta.


Te quiero mi dama.






miércoles, 4 de noviembre de 2015

Un banco con historia



Siempre pasaba por el parque a la vuelta del trabajo de camino a casa. Siempre era la misma rutina. Además me ayudaba a desconectar. La verdad es que pasear por debajo de los árboles, respirar aire puro, el olor de la hierba, el sonido de los pájaros revoloteando buscando un lugar donde dormir, me ayudaba a llegar a casa más relajado. 

Al principio te fijas en todo, en los niños jugando y riendo, las parejas paseando de la mano, gente como yo que salía de su trabajo, aun inmersos en él… Pero con el paso del tiempo ya no te fijas tanto en estos detalles. Pero un día empecé a observar a un hombre mayor que siempre estaba sentado en el mismo banco. 

Era un hombre robusto, bien vestido, afeitado a diario, de pelo canoso y muchas arrugas en el rostro. No me hubiera llamado la atención de no ser porque día tras día era la misma foto. Se sentaba allí y no hacía nada. No hablaba con nadie, tenía la mirada pedida supongo que en sus propios recuerdos. Sólo estaba allí, como si fuera una estatua que un día pusieron en ese parque sin motivo ninguno. Cada vez mis regresos a casa por esa zona se hacían más lentos, hasta incluso llegué a sentarme en un banco cercano a observarlo. 

Un día no aguanté más y me senté a su lado. Por educación le dije buenas tardes, a lo que no hubo respuesta alguna, ni siquiera un pequeño gesto.  Lo único que me convencía de que ese hombre estaba vivo es que de vez en cuando soltaba un suspiro, pero no uno cualquiera, sino un suspiro desde el fondo de su alma. Ya no aguanté más y decidí hablar con él:
-          Buenas tardes señor. Disculpe mi atrevimiento, pero llevo días observándole y siempre le veo aquí sentado, sin hacer nada, con la mirada perdida, y me mata la curiosidad.

Para mi sorpresa, y sin perder esa mirada en el vacío, me contestó:

-          Buenas tardes. No era mi intención llamar la atención de nadie. Simplemente vengo a este parque, a este banco, porque es donde conocí a mi mujer y donde veníamos a menudo. Una enfermedad se la ha llevado hace poco, y vuelvo aquí cada día a esperar que venga a sentarse a mi lado, a cogerme de la mano como siempre hacíamos. Han sido muchos años juntos, dándonos amor y cariño cada día, y ahora que ya no está se ha ido con ella una parte tan grande de mí que lo único que me queda es este banco en este parque y los recuerdos de una vida llena de felicidad a su lado.

-          Lo siento mucho. Veo que la debió querer mucho.

-          Éramos todo el uno para el otro. Ella lo era todo para mí. Desde el primer día que nos conocimos no nos hemos separado ni un momento. A Cupido se le debieron caer todas sus flechas sobre nosotros aquel día. No creo que nadie en el mundo pueda llegar a amar como lo hicimos nosotros, ni con tanta intensidad.

Y se volvió a perder en sus recuerdos. Ya no quise molestarle más y me fui. Reconozco que me emocionó tanto su historia que no pude evitar dejar caer alguna lágrima y esa noche no pude dejar de pensar en ese pobre hombre, en su gran amor y en su gran tristeza.

Al día siguiente salí apresurado de la oficina y con paso ligero llegué al parque con ganas de volver a verlo y conocer más sobre su gran historia, pero en ese banco no había nadie. Le pregunté al guarda si por casualidad sabía algo de aquel hombre canoso y de mirada perdida, y me comentó que le había dado un infarto esa mañana y que no estaba bien de la cabeza, pues mientras el médico de la ambulancia le trataba y antes de morir, lo único y lo último que se le escuchó decir fue “sabía que vendrías a por mí” y que era la primera vez que le había visto sonreír.


Estoy seguro de que ahora vuelve a estar feliz de la mano de su gran amor.